jueves, 27 de noviembre de 2014

Capitulo dos:
Esto de los jardines me hizo acordar a un lugar que trabaje. Mi primer trabajo como maestra. Era un jardín chiquito con solo dos maestras y yo las ayudaba. El primer día hubo un cumpleaños de un nene  y yo moría por comer los chizitos y palitos que habían traído los padres, pero no lo hice, porque me pareció que no quedaba nada bien. En las horas de trabajo suelo tener más hambre que cuando estoy en casa. Un día la maestra de la sala de arriba me pidió que le cuide a los chicos y se fue probablemente a pavear. Ella odiaba la profesión, creo que también a los chicos. Daba clases sentada y tomaba gaseosa para pasar el mal trago de estar en un lugar que no quería. Yo todavía no conocía esas canciones que se cantan en los jardines, con diminutivos y animales personificados. Entonces se me ocurrió cantarles yo quiero a mi bandera de Sumo… de paso les nombraba a la mamadera que seguro a todos les era muy familiar. Fue ahí cuando ella entro y me miro con los ojos bien abiertos. Desde ese día supe que ella me catalogaba por loca, o no muy normal. De hecho cuando deje de trabajar en ese lugar, me entere que ella dijo que yo no coordinaba mucho. Me pareció gracioso. A mí me importaban esos chicos, sus opiniones, y deseaba que les toque algún día una maestra que los hiciera pensar. Cuando venían a decirme algo yo los escuchaba, y ella les decía no me vengan con cuentos y los mandaba a sentarse. A veces la gente cree que lo normal es lo que está bien. Yo creo en lo absurdo y lo ridículo.

Tengo cara de prolija y eso engaña. En los jardines se habla mucho de dominio de grupo como un don de la persona. O lo tenés, o no lo tenés. Simplificado con mis palabras es si gritas lo suficiente como para que los chicos te hagan caso y hagan lo que vos querés, cuando vos querés. Un poco de abuso de poder para mi gusto y un poco de represión, que sé que es necesaria (solo la represión, el abuso de poder no) porque si todos hacemos lo que queremos sería un caos constante. Yo no sé si tengo ese don, pero tengo otras cosas buenas.
Capitulo uno:

Otra cosa que pensé fue que la persona no es buena para hablar quizás y sabe pintar, o son malos para las cuentas y les va bárbaro en algún deporte. Yo todavía no encontré eso que habla de mí. Lo fui buscando todos los días de mi vida. Hice un tiempo de guitarra criolla y jamás conseguí que sonara, me iba con dolor de dedos y una frustración que me hizo pensar que los instrumentos no eran para mí. Pinte sobre tela y cuando volví a ver las pinturas que calcaba unos años después, note una desprolijidad característica mía. Hice danzas y me enojaba no ser naturalmente elástica, tenía un poco de gracia, lo admito, pero no la suficiente para dedicarme a eso. Fui a vóley y la verdad fue en lo que peor me iba, me dolían las palmas de las manos y las muñecas del lado de adentro cuando volvía a mi casa. Cuando terminé la escuela me decidí por estudiar psicología, pero me pareció poco y quise a la vez hacer el profesorado de maestra jardinera. Los niños fueron mi debilidad por mucho tiempo, pero nadie quería que yo hiciera los carteles o recortara porque otra vez mi desprolijidad tomaba el papel protagónico. Y en los jardines tener fea letra o no cortar derecho es mala palabra. Termine las carreras, académicamente hablando. Sigo buscando algo que hable de mí. Creo que la gente cree que soy simpática, pero es solo una formación reactiva de mi timidez. Claro, en psicología se habla mucho de formaciones reactivas… las explicaría pero estoy cansada.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Leyendo Las primas de la Venturini pensé un montón de cosas. Una de ellas fue un recuerdo que tenía sobre una tarde en la casa de la abuela. Estábamos con mi prima en su cuarto que quedaba entre medio de la casa de mis tíos y la casa de la abuela. En la mitad de la escalera. Una tarde nublada… fea. Fue así que la visitó su amiga del colegio, Silvina. Por alguna razón yo tenía una referencia acerca de su persona. Mi mamá decía que era de la familia de “Los Gimenez”. Para ese entonces me impacto esa chica. Hablaba raro, como si tuviera algún problema, no puedo describir de que tipo, porque en ese momento yo era chica también y no me di bien cuenta. Pero lo que me quedó grabado es que decía muchas palabras que nosotras jamás usábamos. Por ejemplo dijo varias veces la palabra concha o conchuda, ahora se me vienen un montón de palabras, que ya para esta altura me parecen normales y las he escuchado miles de veces, pero en ese momento me quedo una sensación horrible de verla como modulaba mal la lengua, tenía unas cachetes gordos, alargados, y canchera y a la vez un posible retraso. Es poco lo que puedo sacar en limpio ahora de esa tarde. Con el paso del tiempo veo las cosas diferentes, a lo que iba es que las descripciones de Yuna, la protagonista de la novela, me trajeron la cara de Silvina a mi mente. 
Los bebés son raros. Son lo máximo, el mejor momento de la raza humana. Hasta que se hacen grandes y pierden su ternura, ya no queda bien la panza, los rollitos en los brazos y la pelada. Yo quiero que mi bebé no crezca, pero sí que hable, lea, y disfrute de ir al teatro conmigo. Un bebé que haga todo eso sería el bebé más raro. Su magia está en ser hermoso sin hacer nada. Pongo música, lo abrazo fuerte y bailamos mientras pienso que son los años más felices de mi vida. Solo pasaron tres meses, pero yo creo que ya hace muchos años soy su mamá. El embarazo duro tres años, y no voy a trabajar desde hace como diez. El tiempo es mentira.
Cuando la gente tiene hijos deja de hacer un montón de cosas. Con mi hermana siempre decíamos no seamos como fulanito que no va más a ningún lado porque tuvo hijos. Pero entonces un día los tuve, y vi que es más difícil ir a todos lados. Los bares deberían ser más amplios. Pero por lo que veo a la gente le gusta andar apretada, a cada rato hay más edificios con lugares más chiquitos, y un día el campo va a ser un edificio. O no será para tanto? A veces siento que exagero. Y que el pasado se ve re lindo y el futuro al ser incierto está más caótico. Lo del pasado debe ser porque esta quietito ahí, ordenado. No se puede cambiar nada, y la memoria selectiva ayuda.
Empecé a escuchar la radio, solo un rato, cuando manejo. Me gusta.


La gente que quiere ser interesante me cae bien. Es mucho mejor que no querer ser nada y hacer rutinas. Aunque hay gente muy relajada que hace todos los días la misma rutina. Envidio la gente que no se dedica a pensar, hace, hace, hace. Mi mamá dice que Silvia jamás leyó un libro, que prefiere ir al supermercado. Lo dice como algo malo, pero Silvia es feliz, o quizás ni siquiera se replantea si es feliz. Simplemente le gusta tener la heladera llena.
Las veces que el bebé duerme mucho de día, puedo hacer cosas que no tienen ninguna importancia. Nada productivo… pero siempre con la preocupación de que entonces no duerma a la noche. Eso sí sería tremendo. Anhelar tanto dormir me preocupa. Es que viví durmiendo poco un tiempo, y eso me enajenaba. Era un ser malo. Quiero ser buena.